sábado, 25 de diciembre de 2010

Crash y el arte popular

La escultura llamada Crash es una obra de Javier Mariscal presentada en el año 2005. Se trata de la reproducción a escala 1:1 de un automóvil  explotando la cual está inspirada en una viñeta que hizo él mismo en los años setenta.
Es una obra que se puede enmarcar dentro del arte kitsch según el punto de vista de Greensberg y del arte popular desde el punto de vista de Alloway.

Si se analiza desde una óptica low art cabe destacar que el autor es una persona que trabaja habitualmente en aquellos medios que Greensberg agrupa dentro de los productos artísticos  nacidos a partir de la revolución industrial: los cómics, los carteles, portadas de revistas entre otros. Además cabe destacar que la concepción de esta escultura ha surgido de la viñeta de un cómic. “Que la cultura de vanguardia es la imitación del imitar –el hecho en si mismo- no requiere nuestra aprobación ni nuestro rechazo. Es cierto que esta cultura posee en si misma algo de ese alejandrinismo que pretende superar (…) Entre ambos [hig/low] existe, no obstante, una diferencia esencial: la vanguardia se mueve mientras que el alejandrinismo permanece inmóvil.” (1) Desde esta cita resalto que Mariscal ha utilizado formas, colores y hasta líneas cinéticas propias de la narración gráfica más clásica del cómic. Pienso que el hecho de pasar una viñeta de un cómic a la tridimensionalidad tan solo aporta espectacularidad. Deduzco del texto de Greensberg que la espectacularidad es una emoción buscada por los artistas kitsch. Una forma directa de conexión entre la obra y el espectador poco cultivado en el lenguaje artístico.

Encuentro cierto paralelismo entre la idea de Greensberg, sobre la atracción de las personas no cultivadas cuando observa una obra kitsch,  con la escultura de Mariscal. Por una lado el autor del Partizan dice “En la pintura de Repin el campesino ve y reconoce objetos de la misma manera que ve y reconoce objetos fuera de los cuadros: no hay discontinuidad entre arte y vida (…) Que Repin pueda pintar de una manera tan realista que las identificaciones sean inmediatamente evidentes y no conlleven ningún esfuerzo para el espectador: éste es el milagro. El campesino también se siente complacido por la abundancia de significados evidentes que descubre en el cuadro: cuenta una historia”(1)  Por otro lado Mariscal ha sacado provecho del lenguaje del cómic, el cual lo tenemos integrado colectivamente y de reconocimiento inmediato como otro lenguaje cualquiera que circula en nuestra sociedad occidental hoy día. Este “aprovechamiento” facilita que el público relacione la gráfica de los cómics con las formas y colores de la escultura con lo cual podría producir esa complacencia de la que más arriba habla Greensberg.

Hay un tema que Mariscal repite a menudo en los diferentes medios donde ha sido entrevistado: el económico. La obra fue adquirida por una compañía hotelera por 300.000 € para ser exhibida en un vestíbulo de una gran hotel de Madrid. Hasta tal punto es importante el arte como valor de cambio que en una entrevista, Mariscal, habla de los gastos desorbitados que ha tenido en la ejecución en contraste con los pocos beneficios económicos que ha obtenido de la venta (ver cita 3). Greensberg dice al respecto “En la medida en que puede fabricarse de modo mecánico, el kitsch, se ha convertido en parte integrante de nuestro sistema productivo, algo que la verdadera cultura nunca podrá conseguir , si no es por accidente. Ha sido capitalizado con enormes inversiones que reclaman los correspondientes beneficios; y está obligado a expandirse y mantener sus mercados”(1). Evidentemente Greensberg habla en este párrafo de la industria que produce cómics, carteles, revistas etc. Sin embargo no hay que olvidar que Javier Mariscal es uno de los diseñadores más cotizados de Europa y dudo que su obra artística se escape del departamento de contabilidad del Estudio Mariscal.

Es asombrosa las mentes preclaras tanto de Greensberg como de Alloway. El primero ve el vaso medio vacío y dice “El kitsch no se ha mantenido confinado en su lugar de nacimiento, las ciudades, sino que se ha dirigido también hacia el campo, donde ha aniquilado la cultura popular. Tampoco ha mostrado el menor respeto por las fronteras geográficas y las culturas nacionales. Como el resto de productos fabricados en serie por la industria occidental, ha emprendido una gira triunfal por el mundo entero. En su camino por los países colonizados ha desplazado y derrotado a cuantas culturas indígenas le han salido al paso, una tras otra, de manera que ahora está a punto de convertirse en una cultura universal”(1). Mientras que Alloway ve el vaso medio lleno y replica “ Las artes de masas orientan al consumidor en los estilos actuales (…) Los medios de comunicación de masas dan lecciones permanentes de asimilación de cómo asumir papeles, del uso de nuevos objetos, de la definición de las relaciones cambiantes…”(2) La obra de Mariscal hace mucho hincapié en lo que Greensberg adjetivaría como anecdótico: el vehículo es un Chevrolet Impala del 59. He podido leer que es un vehículo cargado de connotaciones en EEUU porque simboliza el momento dorado del consumismo y despilfarro de los años 50 y bla, bla, bla,…(ver cita 4) Aquí, en este país, en los años 50, el desarrollismo estaba aún por llegar, ni tan siquiera se había alcanzado la capacidad industrial de la segunda república y se carecía de las libertades y derechos básicas. Lejos de estar disfrutando del cuerno de la abundancia como en EEUU, faltaban veinte años para que el dictador muriese. Por otro lado yo jamás he visto ese coche por las calles de Barcelona. Es un objeto mitificado en su país pero totalmente descontextualizado en el nuestro. Las cosas cuando se mitifican son más fácilmente exportables porque no requieren reflexión sobre la cosa misma. Entran en el campo de la metafísica y la razón queda fuera de lugar con lo cual se convierte en un verdadero caballo de Troya para las culturas que están siendo invadidas. Es asombroso que Mariscal justifique su obra como una metáfora para decir: “La época de despilfarro del capitalismo se ha acabado, o está tocando a su fin”(4) la Vanguardia el 15 de diciembre de 2005. Si Mariscal le da tanta importancia a la temática, con esta obra, se ha confundido de lugar y tiempo.

(1)
CLEMENT GREENBERG Avantguarda i Kitsch (Partisan review, 1939)
(2)
LAWRENCE ALLOWAY "Las artes y los medios de comunicación de masas" (Architectural Design, Febrer,1958) document MS Word
(3)
Habla Javier Mariscal de Crash:
“-Normalmente si trabajas en diseño tienes un cierto control sobre lo que creas (aunque en el caso de mi trabajo con Bancaja se me han «descontrolado» algunas aplicaciones). Cuando es una pieza de arte, puedes negarte en el último momento a que la compre alguien que no quieres, pero es una cuestión de la galería y procuro no meterme. Yo hubiera preferido que «Crash» acabase en un museo español. Pero también es verdad que me interesaba venderlo rápido, porque hacerlo me costó un pastón impresionante (dos terceras partes de por lo que se vendió). La típica pieza en la que te lías y luego ves las facturas y te asustas.”
Diario ABC 21/04/06

(4)
“El Chevrolet Impala de 1959 es uno de los orgullos de la automoción estadounidense.
Sus intermitentes en forma de ojo de gato, su cola tipo pista de portaaviones y las alas de gaviota que la rematan hacen de este coche, fruto del styling de Harley J. Earl, un clásico entre los classic cars. El éxito del Impala –que había nacido en 1958 como una derivación del Bel-Air, y que, con sucesivos rediseños y alguna interrupción, se ha mantenido en producción desde entonces– fue inmediato. Entre 1960 y 1970 fue el
coche más vendido en EE.UU, y en 1996 se habían matriculado ya 13 millones de unidades. Los norteamericanos han vivido una larga historia de amor con el Impala, así bautizado (como la no menos clásica motocicleta de la barcelonesa firma Montesa) en honor de una gacela africana. Y, entre todas sus cosechas, decidieron mitificar la de 1959. Este automóvil, que llegó a equiparse con motores de más de 400 caballos, fue pionero entre los llamados muscle cars, coches de grandes dimensiones y enorme cubicaje, insaciables bebedores de gasolina, que simbolizaron la bonanza económica –y el despilfarro– de EE.UU. en los años 60.” Texto extraído de la Vanguardia el 15 de diciembre de 2005.

Javier Jiménez Catalán

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